lunes, 2 de noviembre de 2009

La luz de la luna

Es ahora cuando dicen que salen los muertos a acompañarnos un poco, a comer un poco de pan, ver las flores que les llevamos, flores como cartas de amor, cartas coloridas de dolor y ausencia.

Nunca creí mucho en esa tradición, mi amor, pensaba: "pues los que se fueron, ya se fueron." Pero tú, mi eterno maestro, siempre enseñándome cosas... Así es como te mostraste esta noche: estaba oscuro y se fue la luz, lo cual me hizo salir a la calle... bien lo sabes, ya no veo las estrellas, sin ti... ¿Para qué? Salgo a la calle y esta oscuro... excepto por el oriente... es como si hubiera una luz prendida, miro y es ¡la luz de la luna! Yo recordaba que en Quetchehueca nos ibamos a nuestro tálamo nupcial (una loza de cemento) a los afueras del pueblo, donde se suponía que estaba oscuro; y recuerdo que la luz de la luna nos alumbraba, las estrellas... Pensé que era una idealización de esas noches contigo, pero tú, tú amadísimo maestro, veniste a mostrarte de la manera más arolandada que existe: por medio de mi amado cielo estrellado. Me dijiste: "Mira, vine, en perrísima, como la luz de la luna, a recordarte que sigo siendo yo."

Te amo Rolando. Te amo tanto y para siempre

Tu Maritza